La lista de preocupaciones de Europa respecto a su agricultura es larga pero a menudo se limita a lo que sucede dentro de sus propias fronteras.
Abarca productos orgánicos, prácticas sostenibles, conservación de la diversidad biológica y cuidado de la tierra, además de control de los químicos utilizados en los cultivos.
Pero mientras el Viejo Continente lucha por dar una respuesta política a sus ciudadanos que demandan medidas más contundentes para combatir el cambio climático, los científicos alertan de que su política agraria es dañina para los ecosistemas de Latinoamérica.
«Europa intenta dar la impresión de que su agricultura es verde y sostenible, pero si tenemos en cuenta el conjunto del sistema, es decir, la cadena de producción, no es así», dice Laura Kehoe, investigadora de la Universidad de Oxford, en Reino Unido.
Kehoe ha sido la promotora de la iniciativa que llevó hace tan solo una semanas a que 604 científicos de distintas organizaciones europeas firmaran una carta pidiendo a la UE que repiense su tratado comercial con Brasil.
El bloque comunitario se encuentra actualmente negociando con el país sudamericano, como parte de las negociaciones con el Mercosur.
Materias primas
Cuando la científica habla de la cadena de producción se refiere al origen de los productos.
«La gente olvida lo que no ve. Ahora mismo, Europa está importando gran cantidad de materias primas que están vinculadas con la deforestación», dice en referencia también a la minería.
Según los datos de la organización no gubernamental brasileña Imazon, por ejemplo, la deforestación en la Amazonía ha aumentado un 54% en enero de 2019 frente al mismo mes de 2018.
Y la mayor producción de soja, el principal alimento de la ganadería europea por su alto contenido en proteína, es una de las principales razones de este fenómeno.
Según datos de la Comisión Europea, la UE importa unos 14 millones de toneladas de granos de soja al año con los que fabrica el pienso para sus animales.
En contraste, el número de cultivos de legumbres para alimentar al ganado se ha reducido de forma notable a lo largo de los últimos veinte años.
Esto, explica un informe de la organización Amigos de la Tierra, se explica en buena medida por su escaso rendimiento, bajos incentivos económicos y la importación libre de aranceles de otros cultivos desde el extranjero.
Pero la disminución también ha coincidido con el dramático aumento de la cantidad de tierras agrícolas de la UE dedicadas a la agricultura orgánica.
Según datos de la Comisión Europea la cantidad total de tierras agrícolas de la UE dedicadas a productos orgánicos entre 2010 y 2017 fue del 7%, lo que representa un aumento del 70% en ese periodo con respecto a 2009.
En contraste, cuatro países sudamericanos -Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia- producen actualmente la mitad de la soja que se comercializa en el mundo, cuando hace 50 años solo producían un 3%.
El incremento ha provocado que cada vez haya más tierras dedicadas a granjas en detrimento de la vegetación propia de cada país.
Y, señalan los científicos, es un cultivo que no tanto para el consumo humano directo como para la alimentación de animales, incluyendo el ganado europeo.
«Solo en 2011, la Unión Europea importó carne y alimento para ganado por una cifra equivalente a más de 1.000 kilómetros cuadrados de deforestación en Brasil», dice la carta firmada por Kehoe y sus colegas.
Esto supone la pérdida de un área similar a 300 campos de fútbol al día.
«Europa ha hecho grandes avances, pero a menudo estos han sido a expensas de otros países y otros pueblos«, añade Kehoe.
Y en el mismo sentido se pronuncia la investigadora Mar Cabeza, de la Universidad de Helsinki, en Finlandia.
«Aunque las reformas agrarias de Europa han llevado a incluir gradualmente más criterios de impacto ambiental y protección de la biodiversidad, algunas decisiones, como por ejemplo la dedicación de un porcentaje de área cultivable a un uso más ecológico, han provocadoimpactos a nivel global», asegura Cabeza.
En otras palabras, los intentos para mejorar el estado ambiental en Europa han tenido consecuencias no intencionadas en África, Latinoamérica o el sudeste de Asia, al hacer que estas regiones se concentren en aquellos cultivos que el Viejo Continente necesita pero no produce.
Unas consecuencias que además no solo tienen que ver con la deforestación, como apunta Tiago Reis, otro de los firmantes de la carta.
Sobre el terreno
Reis destaca que «las importaciones de alimento para el ganado en Europa están provocando también contaminación por agroquímicos en la región y están alimentando la especulación con las tierras, la violencia y la expulsión de comunidades indígenas».
Y para este investigador de la universidad de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, Europa es «cómplice de la forma en la que se producen los productos que compra y de las violaciones que cometen los productores».
Para Reis, sin embargo, los reguladores europeos «ya no pueden mirar a otro lado«, dice citando varias organizaciones sin ánimo de lucro que permiten monitorear estos fenómenos en la región.
Y Tobias Kuemmerle, Humboldt-Universität de Berlín, en Alemania, estuvo el año pasado haciendo trabajo de campo para su investigación en el área del Chaco, una zona de bosque que se reparte entre Argentina, Paraguay y Bolivia.
Lo que pasa allí, cuenta, es similar a lo que sucede en otras partes de la región.
«Estudiamos cuál es el cambio que se le ha dado a la tierra y cuál ha sido el efecto en las emisiones de CO2 y en la diversidad», explica el investigador.
«El impacto ha sido devastador«, destaca.
Kuemmerl cuenta a BBC que la tala no se debe a la población local.
«Se debe sobre todo a gente que es propietaria de la tierra pero vive en otras ciudades y grandes compañías internacionales que compran la tierra y entonces la deforesta».
El profesor de la universidad alemana cree quedos de los principales factores que han llevado el fenómeno de la deforestación aquí es la combinación de una tierra relativamente barata y que se pueden lograr beneficios rápidamente convirtiendo los bosques en ranchos o en campos para la agricultura.
«Todo esto está claramente ligado al consumo de carne en Europa y a las importaciones de soja», afirma.
Y pese a todo, Kuemmerl no cree que lo que pasa en el Chaco es completamente malo.
«La agricultura juega un rol importante en la economía de Paraguay y Argentina y la deforestación ha traído beneficios para la gente del área», destaca.
«Y es cierto que Europa protege mucho su agricultura, pero luego importa cada vez más de regiones en las que el impacto medioambiental es muy grande», agrega.
Momento adecuado
Esa fue una de las razones que impulsó la carta de los científicos europeos.
Y las negociaciones con Mercosur parecen el momento óptimo para pedirle a Europa que actúe para tratar de remediarlo.
«La UE está ahora en el momento de exigir normas estrictas para la producción de estos productos agrícolas, es decir, producción sostenible, incluidas normas ambientales y de seguridad alimentaria, como el uso de pesticidas o de hormonas», dice el profesor Martin Wassen, de la Universidad de Utrech, en Países Bajos.
Para él también es importante que los productos no provengan de «tierras recientemente reclamadas, y que tenga condiciones sociales e ingresos justos para agricultores y empleados».