Siempre se ha dicho que la muerte es un «negocio redondo». Las funerarias y los cementerios nunca tendrán que cerrar por falta de clientes.Parece un área donde no hay mucho que hacer en términos de innovación.
A fin de cuentas, cuando una persona muere, las opciones de sus seres queridos son limitadas: a saber, cremar el cuerpo o llevarlo a una tumba. Pero una empresa start-up en California, EE.UU., piensa que esta manera de «pasar la eternidad» no es solo «terrible» sino «muy costosa».
«En este país, el precio promedio por enterrar a alguien es US$10.000«, cuenta Sandy Gibson, director ejecutivo de Better Place Forests.
Millones de residentes estadounidenses no solo viven con la preocupación por el aumento del costo de la vida; el costo de morirse también está en ascenso desde hace varias décadas.
Según el Departamento de Trabajo de EE.UU., de 1986 a 2017, el precio de los servicios funerarios aumentó en un 227,1%. En este mismo período, por ejemplo, los fabricantes de ataúdes aumentaron sus precios un 230%.
La idea de Gibson para «rediseñar la experiencia del fin de la vida» es esta: comprar hermosos bosques privados y luego venderles a las personas interesadas un árbol que será su lugar de descanso.
Su empresa ofrece a esos clientes una ceremonia en la que las cenizas son mezcladas con fertilizante y luego plantadas en la base del árbol.
«Puedes tener uno privado con nosotros por unos US$2.900. Así que es mucho menos costoso que un entierro tradicional«, explica.
Y lo principal, dice, esta opción tiene la ventaja de saber que vas a descansar en un lugar «hermoso e inspirador». O, que al recordar a tu familiares y amigos, la imagen que tendrás en la cabeza será mucho más placentera que la de una tumba de cemento.
Gibson nos explica que ya miles de personas han llamado para reservar su árbol. Que estas familias están «entusiasmadas» con la idea, aunque suena extremadamente raro pensar que a alguien le parezca atractiva la idea de planificar su propia muerte o la de otra persona.
En el sitio oficial de la empresa aparecen los testimonios de algunos de esos clientes.
«Decidí que el bosque será el lugar para mí y mi familia», escribió Lawrence Walters. Mientras otra persona llamada Pacia Dewald dijo que «el proceso de seleccionar un árbol fue profundamente espiritual, así como divertido».
Los clientes de la start-up, dice Gibson, tienen una edad promedio de 60 años.
Morir no es gratis
La compañía ha comenzado por adquirir bosques en dos localidades de California (Point Arena y Santa Cruz), pero el plan es expandirse hacia otros estados del país.
Como en muchos otros lugares del mundo, morirse no es gratis. Incluso si has escogido descansar en un árbol.
Hay cuatro tipos de árboles para escoger: secuoyas («elevadas y antiguas»), madroños («impactantes y expresivos»), tanoaks («peculiares y bondadosos») y abetos («señoriales y reverentes»).
Varían en tamaño y locación —algunos gozan de vista a un lago o al mar, por ejemplo— y en función de estos factores pueden llegar a costar hasta alrededor de US$30.000.
Aquellos que deseen pagar menos y no tengan problemas con ser esparcidos junto a extraños, por US$970 la compañía deposita las cenizas en un árbol comunitario.
Una vez que estas han sido plantadas en el árbol, se le coloca en la base una placa metálica dorada con el nombre del fallecido, que sería el equivalente a una lápida de cementerio.
«Los árboles más grandes sirven para familias de cuatro a 12 personas. Si deseas ubicar varias personas en uno más pequeño y económico, lo que tienes que hacer es comprar el derecho de regar las cenizas ahí y hacer la ceremonia».
En caso de que un árbol muera, la compañía promete reemplazarlo con otro, plantándolo justo en el mismo lugar.
Durante la ceremonia de esparcimiento, las cenizas son mezcladas con tierra local y agua, con el objetivo de «rebalancear el ph de esas cenizas, para que las bacterias en el suelo las descompongan». Esa mezcla le servirá de nutriente al árbol.
«De lo que se trata la ceremonia es de crear un momento donde las personas vean a su ser amado retornar a la tierra y convertirse en parte del ciclo de la vida. De esta manera cuando piensen es ella pensarán en ese momento final: en las hojas, los árboles, el viento», comenta el emprendedor estadounidense.
En nombre de la conservación
Better Place también está vendiendo la idea como una manera de conservar los bosques, pues la empresa garantiza un mecanismo legal para que, una vez adquiridos, no puedan ser usados como zonas de desarrollo en el futuro.
«Cuando una persona compra un árbol, está contribuyendo a que nosotros podamos preservarlo para siempre», dice Gibson.
Y es que el empresario entiende que si a través de este negocio se pueden proteger los bosques de manera permanente, «eso es algo que cualquiera que se dedique a causas medioambientales verá como positivo».
Pero al menos una organización ambientalista consultada por BBC Mundo expresó preocupación por el hecho de que compañías privadas como esta usen el «pretexto» de la conservación ambiental como justificación para la expansión corporativa.
Los esfuerzos privados de conservación rara vez, si acaso, han tenido éxito a largo plazo.
«En cambio, a menudo terminan desplazando a comunidades indígenas y locales de sus tierras tradicionales«, comenta Emma Rae Lierley, portavoz de la organización ambientalista Rainforest Action Network.
Lierley señala que las comunidades indígenas y locales fuertes y bien organizadas son algunas de las mejores defensas contra la expansión empresarial en los bosques nativos.
«De hecho, no es una coincidencia que el 80% de la biodiversidad del mundo se encuentre en tierras administradas por pueblos indígenas, a pesar de que solo poseen el 25% de la reserva mundial de tierras».
Para la ambientalista, cualquier esfuerzo de preservar los bosques necesita «un cambio de paradigma audaz e inmediato, que se aleje de un enfoque basado en los productos y se centre en el valor inherente de los ecosistemas prósperos».
Pensando en la muerte desde niño
Gibson confiesa que la idea de reinventar los cementerios no se le ocurrió por casualidad.
Él mismo tuvo que pensar en la muerte desde niño. Su padre murió cuando tenía 10 años y su madre al cumplir los 11.
«Mi madre fue una mujer hermosa e inspiradora y el final de su historia de vida fue en una tumba oscura de piedra, en un cementerio. Así no es como yo quisiera recordarla», cuenta.
«Cuando pienso en ella quiero pensar en algo hermoso, pero lo que recuerdo es su tumba».
Gibson, de 36 años, dice que está consultándolo con su familia, pero que también tiene intenciones de trasladar los restos de sus padres a un lugar en el bosque.
Y asegura haber elegido una secuoya como su propio destino final. Es un árbol frondoso que da a un lago y que, en cuanto lo vio, supo que era el sitio que quería.
«Hay algo increíblemente reconfortante en el hecho de que puedas controlar el final de tu historia».