¿Quién es el inventor de algo: el autor de la idea inicial, quien obtiene la patente o el que acaba haciendo realidad esa idea?
En el caso de la invención del láser, hasta el día de hoy, no hay una respuesta clara al respecto: si investigas, te encontrarás con varias personas a las que se les describe como ‘inventor del láser’.
Todo empezó con una sugerencia hecha por Albert Einstein en una investigación titulada «Sobre la teoría cuántica de la radicación» en 1917, donde dio los fundamentos para producir ese rayo de luz que hoy usamos desde en delicadas cirugías hasta en la medición de la distancia entre la Tierra y la Luna.
A partir de entonces, varios científicos en diferentes partes del mundo comenzaron a explorar lo que Einstein había anticipado.
Pero no fue hasta las décadas de 1940 y 1950 que los físicos encontraron la manera de poner en práctica el concepto.
Un día de 1957
En la noche del 13 de noviembre de 1957, un científico llamado Gordon Gould no podía conciliar el sueño en su cama de Nueva York.
De repente, se le ocurrió una idea. Tomó un cuaderno de anotaciones y empezó a llenarlo de bocetos, ecuaciones y cálculos.
Tras una semana de intenso trabajo, tomó su cuaderno y se fue a una tienda de dulces, donde le solicitó al propietario -quien también era un notario público- que sellara cada una de las 9 páginas en las que había quedado registrado el producto de su labor.
El título que había escogido era «Algunos cálculos aproximados sobre la viabilidad de un LÁSER: amplificación de luz por emisión estimulada de radiación».
Había acuñado la palabra, que era un acrónimo de light amplification by stimulated emission of radiation.
Otro día de 1957
Simultáneamente, también en Nueva York, una estrella de la física de 34 años llamado Charles Townes había estado pensando intensamente en lo mismo.
Otro día de 1957, discutió sus ideas con su colega, amigo y cuñado Arthur Schawlow, quien encontró la clave para hacerlo: poner los átomos que quería estimular en una cavidad larga y estrecha con espejos reflectantes para fortalecer el proceso de emisión de fotones (partículas de luz), produciendo una reacción en cadena.
Pero resulta es que esa idea era la misma que se le había ocurrido a Gordon Gould.
Sólo que, a diferencia de Gould, Townes y Schawlow sabían que para patentar algo en Estados Unidos no tenías que haber fabricado tu invento: sólo tenías que demostrar que era posible fabricarlo.
Así que fueron ellos quienes lo patentaron.
Tres décadas de disputas
En las décadas posteriores, se construyeron industrias enteras alrededor del láser.
En 1964, Townes compartió el premio Nobel de Física con los rusos Aleksandr M. Prokhorov y Nicolai G. Basov por el desarrollo de este invento.
Schawlow obtuvo el mismo premio en 1981 por sus avances en el uso del láser.
Entre tanto, aunque Gould había sido el primero en descubrir cómo hacer un láser y acuñó el término, nadie le creía.
Tomó 30 años, muchas batallas en los tribunales, millones de dólares y una pelea épica con el gobierno de EE.UU. y la industria del láser antes de que lograra reconocimiento por uno de los inventos más revolucionarios del siglo XX.
Una enorme deuda
El problema era que si lo que Gould alegaba era declarado válido, todos los que habían fabricado o utilizado un láser le deberían dinero. Y cuanto más tiempo tomara en decidirse el caso, más alta sería la deuda.
En 1977, 20 años después de que el cuaderno de notas de Gould fuera notariado, la Oficina de Patentes de EE.UU. declaró que a él se le había ocurrido primero la idea de un tipo de láser, lo que le dio derecho a cobrar regalías de todas las empresas que lo fabricaban.
En 1979 ganó otra batalla, pero la decisión final llegó en 1985 cuando el juez desestimó los casos de reexaminación de la patente de Gould.
Había ganado. Y aunque solo tenía el 20% de los derechos sobre sus patentes, se retiró con US$46 millones.
El primero
De este modo acabó una de las mayores guerras de patentes en la historia.
En 2013, Estados Unidos cambió su sistema por el que le otorgaba la patente al primero en inventar a dársela al primero en presentar, en parte para prevenir casos retroactivos de décadas como el de Gould.
Fue la última nación industrializada en cambiarse a ese sistema.
Y cabe resaltar que ni Gould, ni Townes, ni Schawlow fueron los primeros en fabricar la máquina de rayos láser: el que logró hacerla realidad fue otro físico llamadoTheodore Maiman, en 1960.
Entonces, ¿debería ser él quien llevara el título de inventor del láser?
Un proceso, no un acto
«Una opinión común entre los historiadores de la ciencia y la tecnología es que generalmente es un error tratar de vincular una invención o un descubrimiento científico a un solo individuo o instante en el tiempo«, escribió la historiadora Joan Lisa Bromberg, autora de «El láser en Estados Unidos, 1950-1970».
Y citó a Hugh GJ Aitken, profesor de la universidad estadounidense Amherst de Massachusetts, quien escribió: «Tendemos a pensar en la invención como un acto en lugar de un proceso debido al sesgo incorporado en nuestras leyes de patentes».
«Para asegurar los derechos de propiedad de un nuevo descubrimiento es importante poder establecer la prioridad en el tiempo… Sin embargo, este sesgo no debe corromper nuestras interpretaciones históricas… la invención [es] un proceso con una duración considerable en el tiempo, en el que muchos individuos contribuyen de manera sustancial«.
El caso de la invención del láser es un buen ejemplo de ello.
Para Bromberg, ni Gould, ni Townes, ni Schawlow, ni Theodore Maiman hicieron un láser por su cuenta. El láser llegó a ser debido a todas sus contribuciones… y también las de otros científicos.
A pesar de la larga disputa, el láser captó rápidamente la imaginación del público, tal vez por su similitud con los «rayos de calor» de la ciencia ficción. Pero las aplicaciones prácticas tardaron años en desarrollarse.
Una joven física llamada Irnee D’Haenens, mientras trabajaba con Maiman en el láser, bromeó diciendo que el dispositivo era «una solución en busca de un problema»… y que finalmenteencontró varios.
Pero lo cierto es que, hoy en día, vivimos en un mundo en el que el láser es tan ubicuo que es difícil imaginárselo sin él.