¿Cómo un pollo frito que comenzó vendiéndose en un carrito en las calles de Guatemala llegó a hacerse tan imprescindible como para que miles de personas se lo lleven en el avión cuando viajan al extranjero?
No es una exageración. Desde hace años, es más que común ver en los aeropuertos de Centroamérica a muchos pasajeros con sus cajitas de pollo antes de embarcar, especialmente en dirección a Estados Unidos.
Así quieren aliviar, al menos en parte, la nostalgia de familiares que migraron al exterior y que agradecen volver a degustar un plato que les recuerda inevitablemente a su tierra.
El olor que queda en la cabina del avión no importa.
El responsable de este logro se llama Pollo Campero, una cadena que hoy cuenta con más de 350 restaurantes en el mundo y que afirma que solo en Guatemala sirve más de 80 millones de platos al año.
La marca que empezó como un sueño familiar consiguió convertir su pollo frito en uno de los sabores más emblemáticos del país centroamericano y exportarlo a otros como EE.UU., España, China o Indonesia.
Sus ingresos actuales no son públicos, pero la clasificación Multilatinas de la revista América Economía le atribuyó en 2016 ventas de US$469,6 millones.
De freidor en la calle a cientos de locales
La apertura de su primer restaurante en 1971 fue el comienzo de una fulgurante carrera que, sin embargo, también enfrentó obstáculos.
«Pollo Campero es casi un milagro que se desarrolla en medio de la guerra de Centroamérica. En Ciudad de Guatemala nos destruyeron varios restaurantes porque decían que era de (Anastasio) Somoza (presidente de facto de Nicaragua)», cuenta el escritor español Francisco Pérez de Antón, uno de los fundadores de la empresa.
Pero eso no frenó la casi inmediata aceptación de su producto por parte del público.
«Nos sobrepasó el éxito, casi nos destruye», asegura el autor en conversación con BBC Mundo. «Aquello era una avalancha de gente y no estábamos preparados».
Pese a que el grupo de fundadores de Pollo Campero no tenía experiencia en el mercado del pollo cocinado, logró que su producto atrajera a miles de personas. ¿Cómo?
Pérez de Antón, quien llegó a Guatemala en 1963 «detrás de una mujer» de la que se había enamorado en Madrid mientras estudiaba para ser ingeniero agrónomo, fue empleado por el tío abuelo de su esposa en una fábrica de piensos que había recibido dos granjas de pollos como pago de un cliente.
El pollo no era entonces tan popular, por lo que el español pensó que había que darle un «valor agregado» al animal crudo para sacarle beneficio.
«Un día se me ocurrió comprar una especie de carromato tirado por un pickup, puse un freidor y lo coloqué frente a un cine donde pasaban muchas personas. Y en una semana, vendí 700 pollos fritos», cuenta.
Dice que en ese momento vio «polvo de estrellas», aunque reconoce que en aquella época no tenía «ni la más remota idea» del negocio en que se estaba metiendo.
La búsqueda del sabor
A esa prueba piloto siguieron horas de investigación y de viajes a EE.UU., donde ya existía el «método sureño» de freír pollo, al que Pérez de Antón quería darle un sabor «más tropical y menos insípido».
Adquirió un freidor cerrado, «con una especie de molinete arriba con cuatro brazos y bolas de colores, una cosa casi extraterrestre» y empezó a experimentar hasta encontrar el sabor que buscaba.
«Probé con distintas mezclas de harina con especias hasta que encontré un sabor que me parecía sería del gusto de los guatemaltecos» para el empanizado.
Pero la clave de la fórmula de Pollo Campero aún estaba por llegar.
Pérez de Antón encontró en un libro de patentes una compañía de EE.UU. que tenía un producto «para agregar jugosidad al pollo frito«.
Lo probó y lo compró pensando que sería un éxito. No se equivocó.
«Hubo muchas bromas sobre el pollo, como que le agregábamos un estimulante de la líbido y que por eso la gente no podía dejar de comerlo. Era verdaderamente adictivo», cuenta divertido.
Un grupo de empresarios liderados por Dionisio Gutiérrez, cuyo padre Juan Bautista era el dueño de las granjas donde empezó todo, destinó una inversión inicial de capital de 2.000 quetzales, «que entonces sería como US$1.500», a la creación de la empresa.
Pollo Campero era ya una realidad.
Su primer público objetivo fue la clase media.
Pero la llegada de clientes de todo tipo y condición a su primer restaurante les hizo cambiar de enfoque y hacer un producto eminentemente popular, lo que facilitó la multiplicación de su número de locales en el país.
Una empresa y dos países
Solo un año después de su fundación, llegó la apertura al mercado internacional con un local en El Salvador, donde su éxito fue tal que a día de hoy hay salvadoreños quecreen que Pollo Campero es una marca creada en su propio país.
Pérez de Antón contribuyó de algún modo a esta confusión al crear el lema «Tan guatemalteco como tú» -con el que la población se identificó y se sintió cercana- y que reprodujo casi a la vez en El Salvador con «Tan salvadoreño como tú».
«Así que mucha gente se creía que todo había nacido en El Salvador. Realmente, la empresa se desarrolló en dos países a la vez».
El escritor no cree que el sabor sea el único factor que se esconde tras el éxito de Pollo Campero, sino que también influyen el precio, el punto de venta y la atmósfera creada alrededor de la comida.
La compañía presume de la adaptación que hace de sus recetas a las características de cada mercado, por ejemplo utilizando productos típicos como el güisquil en Guatemala o el loroco en El Salvador.
«Tiene la marca de Guatemala y es muy influyente al estar presente casi en cada cuadra. Nosotros nos identificamos con su receta y con complementos como los frijolitos. Son cosas muy propias del país que le diferencia de otras empresas», le explica a BBC Mundo desde el país centroamericano el periodista Carlos Duarte.
Un emporio familiar
Sin lugar a dudas, Pollo Campero es hoy una de las marcas con mayor historia y presencia en Guatemala y dirigida por una de las familias más conocidas y poderosas del país.
En 1974, Dionisio Gutiérrez y su cuñado Alfonso Bosch murieron en un fatídico accidente de avioneta. Se produjo entonces un «vacío generacional» que fue suplido por dos de los jóvenes hijos de ambos, Dionisio y Juan Luis.
Los dos primos tomaron el mando de la empresa que es hoy el corazón de Corporación Multi Inversiones, un gigantesco consorcio que engloba también negocios agroindustriales, financieros o inmobiliarios.
Pérez de Antón, por su parte, abandonó la aventura empresarial en 1984 para dedicarse a su gran pasión: la escritura. Quedó entonces como presidente de Pollo Campero otro de los hijos del fallecido Dionisio, Juan José Gutiérrez.
La expansión no se detuvo y en la década de los 90 llegó «la época del desarrollo corporativo y de franquicias» para Pollo Campero, con los primeros récords de ventas tras su desembarco en Estados Unidos en 2002 y las posteriores aperturas en el resto de América Latina, Asia o Europa.
Foto: Prensa Libre / Carlos HernándezHubo muchas bromas sobre el pollo, como que le agregábamos un estimulante de la líbido y que por eso la gente no podía dejar de comerlo. Era verdaderamente adictivo”Francisco Pérez de Antón
No en vano, Forbes incluyó en 2014 a Dionisio Gutiérrez (hijo) y su familia en la lista de «los 12 millonarios más importantes de Centroamérica».
Dionisio, quien cedió en 2010 la copresidencia del consorcio a su hermano Juan José, es hoy uno de los empresarios más influyentes en la política guatemalteca gracias al análisis promovido desde el centro d pensamiento que preside y desde los espacios que presenta en televisión.
Pero no todo es armonía en la familia Gutiérrez Bosch. Durante décadas, una serie de demandas interpuestas entre algunos de sus miembros pasaron por tribunales internacionales por supuestos fraudes económicos.
Desvinculado de ese ir y venir en Pollo Campero, Pérez de Antón recibió el Premio Nacional de Literatura de Guatemala en 2011 y acaba de publicar la novela «La corrupción de un presidente sin tacha», pero sigue mirando con mucho orgullo su etapa en la compañía.
«Es de las cosas más extraordinarias que me han podido suceder en la vida».
Y entre tantos momentos, destaca uno que vivió cuando regresó a su país natal y descubrió de casualidad un restaurante de Pollo Campero en pleno centro de Madrid.
«Habiendo salido de España cuando tenía 23 años para regresar con 70 y encontrarme eso allí, me produjo una emoción muy fuerte y muy grande. No me eché a llorar de milagro», recuerda.