«Habitualmente mataba a mujeres ancianas. Todas ellas murieron, junto al gran río. No solía esperar hasta que estuvieran completamente muertas para enterrarlas. Las mujeres me tenían miedo».
No es de extrañar. Este es el relato de un hombre aché, una tribu indígena del este de Paraguay, citado por los antropólogos Kim Hill y Magdalena Hurtado.
El hombre les explicó que las abuelas ayudaban con los quehaceres y el cuidado de los niños, pero cuando eran demasiado mayores para ser útiles, uno no podía ponerse sentimental.
El método que solían usar para matarlas era un hachazo en la cabeza. A los hombres viejos, les esperaba otro destino: los enviaban lejos y les decían que no regresasen jamás.
¿Qué obligaciones tenemos para con nuestros ancianos? Esta es una pregunta tan vieja como la humanidad.
Y las respuestas son muy variadas.
Cambio de expectativas
Como señala otro antropólogo, Jared Diamond, los aché no son atípicos. Entre los Kualong, en Papúa Nueva Guinea, cuando muere el esposo de una mujer, era el deber solemne de su hijo estrangularla.
En el Ártico, los chukchi alentaban a las personas mayores a suicidarse, con la promesa de recompensas en el más allá.
Pero muchas otras tribus adoptaron un enfoque muy diferente: eran gerontocracias, en las que los jóvenes hacen lo que dicen los viejos.
En algunas incluso se esperaba que los adultos masticaran la comida para que la pudiesen comer sus padres desdentados.
Lo que parece haber en común es la expectativa de que, hasta que el cuerpo deje de responder por completo, uno sigue trabajando.
Eso, hoy día, ya no es así.
Muchos de nosotros esperamos a cierta edad recibir una pensión —dinero del Estado o de nuestros antiguos empleadores— no por el trabajo de hoy, sino en reconocimiento a nuestra trabajo en el pasado.
El desafío de las pensiones
Las pensiones para los soldados datan al menos de la antigua Roma (la palabra «pensión» viene de la palabra usada en latín para «pago».
Pero no fue hasta el siglo XIX que esto se extendió más allá del ámbito militar. La primera pensión estatal universal surgió en Alemania en 1890, gracias a los esfuerzos del canciller alemán, Otto von Bismarck.
No obstante, el apoyo adecuado a las personas mayores está lejos de ser global.
Cerca de un tercio de las personas mayores del mundo no tienen pensión y, para muchos que sí reciben algo de dinero, la pensión no es suficiente como para vivir.
En muchos países, sin embargo, generaciones enteras han crecido asumiendo que serán muy bien cuidados cuando sean viejos.
El problema es que se ha convertido en un desafío cumplir con esa expectativa.
Y, durante años, expertos en políticas económicas han advertido sobre una crisis en ciernes del sistema de pensiones.
Cuestión de demografía
El problema es demográfico. Hace medio siglo, en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un club de países ricos, la mujer promedio de 65 años podría esperar vivir unos 15 años más. Hoy, puede esperar al menos 20.
Mientras tanto, la familia promedio se ha reducido de 2,7 niños a 1,7. Es decir, la reserva de futuros trabajadores se está agotando.
Todo eso tiene muchas implicaciones, algunas buenas y otras malas.
Pero para las pensiones, la situación es severa: habrá muchos más jubilados que mantener y muchos menos trabajadores que pagarán impuestos para mantenerlos.
En la década de 1960, el mundo tenía casi 12 trabajadores por cada persona mayor. Hoy, son menos de ocho, y para 2050, serán solo cuatro.
Tanto los sistemas de pensiones estatales y privados ahora parecen caros.
Los empleadores han estado luchando para que sus contribuciones sean menos generosas.
Hace 40 años, la mayoría de los trabajadores estadounidenses estaban en los llamados planes de «beneficios definidos», que especifican lo que recibirán cuando se jubilen. Ahora, hay menos de uno cada 10.
La nueva norma, los esquemas de «contribución definida», especifican qué pagará tu empleador a tu fondo de pensión más que qué monto de dinero recibirás en el futuro.
Estas pensiones no tienen que ser lógicamente más avaras que los esquemas de beneficios definidos, pero generalmente lo son, y por mucho.
Es fácil entender por qué los empleadores están abandonando los beneficios definidos: las promesas de pensión pueden resultar costosas de cumplir.
Ahorrar más
Pensemos en el caso de John Janeway, quien luchó en la Guerra Civil de Estados Unidos.
Su pensión militar incluía beneficios para un cónyuge sobreviviente después de su muerte.
Cuando Janeway tenía 81 años, se casó con una joven de 18 años. El ejército le seguía pagando a Gertrude Janeway la pensión por viudez en 2003, casi 140 años después de que terminara la guerra.
Los economistas ven que se avecinan problemas en el futuro: una gran cantidad de trabajadores se acerca a la jubilación y sus pensiones pueden valer menos de lo que esperaban.
Es por eso que los gobiernos de todo el mundo están tratando de persuadir a la gente para que ahorre más para su vejez.
Pero no es fácil persuadir a la gente para que se concentre en el futuro distante. Una encuesta sugiere que los menores de 50 años tienen apenas la mitad de probabilidades que los mayores de 50 de decir que la jubilación es su principal preocupación financiera.
Cuando estás ahorrando para tu primera casa o criando una familia joven, es posible que no sientas una necesidad apremiante de ahorrar para la persona mayor en la que algún día te convertirás.
De hecho, puede resultarte difícil concebir a esa persona mayor que tú serás en el futuro.
Los economistas del comportamiento han presentado algunas soluciones inteligentes, como inscribir automáticamente a las personas en planes de pensiones en el lugar de trabajo y programar más ahorros de futuros aumentos salariales.
Estos «empujones» funcionan bastante bien: podríamos optar por no participar, pero, en cambio, tendemos a ahorrar por pura inercia.
Problema de fondo
Aún así, esto no resuelve el problema demográfico fundamental.
Ninguna cantidad de ahorro cambia el hecho de que siempre necesitaremos trabajadores actuales para generar la riqueza necesaria para apoyar a los jubilados actuales, ya sea mediante el pago de impuestos, el alquiler de propiedades de jubilados o el trabajo para empresas en las que los fondos de pensiones son los principales accionistas.
Algunos piensan que necesitaremos un cambio más radical en nuestras actitudes hacia la vejez. Se habla «jubilar» por ejemplo a la jubilación.
Quizás, como nuestros antepasados, se esperará que trabajemos mientras podamos.
Pero las variadas costumbres de las sociedades ancestrales deberían ayudarnos a reflexionar, porque parecen haber evolucionado en respuesta a algunas compensaciones difíciles.
El hecho de que en algunas sociedades los ancianos pudiesen esperar comida premasticada o un hachazo junto al gran río, parece haber dependido de si los beneficios que ofrecían a la tribu superaban los costos de mantenerlos.
En tribus como las aché, estos costos eran más altos (porque se movían mucho por el territorio o porque la comida escaseaba con frecuencia).
En comparación, las sociedades de hoy son ricas y sedentarias: si quisiéramos, podríamos afrontar los crecientes costos de las pensiones.
Pero hay otras diferencias.
Derecho
Antiguamente confiábamos en los ancianos para almacenar conocimiento e instruir a los jóvenes. Ahora, el conocimiento envejece rápidamente, ¿y quién necesita a la abuela cuando tenemos escuelas y Wikipedia?
Podríamos esperar que ya hayan pasado los días en que los niveles de respeto por las personas mayores impactaran inconscientemente en el equilibrio de costos y beneficios.
Aún así, si creemos que una vejez digna es un derecho, tal vez deberíamos decir eso de la forma más clara posible.