Cuando Robert Rayford ingresó al City Hospital de St. Louis en Misuri, Estados Unidos, hacia finales de 1968, su salud ya estaba seriamente deteriorada.
Desde hacía casi dos años, este adolescente afroestadounidense sufría un mal que desconcertaba a los médicos.
No solo no entendían a qué se debía la hinchazón que se extendía por sus piernas y genitales, tampoco parecían dar con un tratamiento adecuado.
Ni los antibióticos que le suministraron por siete semanas ni la restricción al consumo de sal y agua tuvieron efecto alguno en este joven tímido de 15 años que apenas soltaba algunos monosílabos cuando los médicos lo examinaban.
Tras meses de agonía, su condición empeoró notablemente: había perdido masa muscular de forma significativa, tenía signos de tres infecciones tropicales diferentes (algo que retrospectivamente pudieron identificar) y su sistema inmunológico no respondía de la forma esperada.
La noche del 15 de mayo de 1969, finalmente, Robert Rayford falleció de neumonía.
Para el equipo médico que siguió atentamente su evolución, su muerte dejó un sinnúmero de interrogantes: si Rayford nunca había salido de Misuri, ¿cómo pudo infectarse? ¿Por qué ningún tratamiento daba resultados? ¿Cómo era posible que la bacteria clamidia que encontraron en su cuerpo estuviese diseminada por su corriente sanguínea y no localizada, como suele estar normalmente, cerca del puerto de entrada?
Tuvieron que pasar cerca de dos décadas para que se revelase el misterio: el joven había contraído el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
Hoy día, Robert Rayford está considerado como el primer muerto registrado de sida en Estados Unidos.
Un joven «muy poco comunicativo»
La primera vez que Memory Elvin-Lewis vio a Rayford fue en el Hospital Barnes, afiliado a la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington.
«Estaba en la cama, cubierto hasta los hombros y rodeado por un abultado grupo de médicos», le dice a BBC Mundo la profesora emérita de microbiología y etnobotánica que trabajó en el caso, y cuyo aporte fue crucial para reconocer décadas más tarde la enfermedad que aquejaba al joven.
«Era un niño muy poco comunicativo. Tenía la mirada perdida y no decía nada», recuerda la microbióloga que no se atreve a especular si su silencio se debía a que se sentía intimidado o a que «no era muy inteligente», como decían varios miembros del equipo médico.
Lo cierto es que «en ese momento no respondía a las preguntas que le hacían» para llegar a un diagnóstico.
La única información que les había proporcionado a desgano es que nunca se había aventurado fuera del Medio Oeste estadounidense, y que las únicas relaciones sexuales que había mantenido habían sido con una niña de su vecindario.
Cuando se descubrió que tenía linfogranuloma venéreo (una rara enfermedad de transmisión sexual causada por la bacteria clamidia que suele verse en regiones tropicales de África, el Caribe y Vietnam), el joven «negó haber tenido otros contactos sexuales y se resistió a que le hicieran una examinación anal», señala Elvin-Lewis.
Síntomas complejos
Como la especialidad de Elvin-Lewis era clamidia, el equipo la convocó para evaluar el caso.
«La presentación clínica era mucho más compleja que la de un linfogranuloma venéreo clásico y sus respuestas inmunológicas no eran tan altas como uno esperaría en estos casos», dice la experta.
«Pero a medida que su enfermedad progresaba fueron apareciendo otras cosas», añade.
Elvin-Lewis se refiere a las numerosas lesiones cutáneas internas conocidas como sarcoma de Kaposi que se hicieron evidentes cuando después de su muerte se le realizó una autopsia.
«El sarcoma de Kaposi no era una enfermedad común en América del Norte», señala la experta, y acota que, en todo caso, su manifestación más común es en hombres de más de 60 años de la comunidad judía askenazi o del Mediterráneo.
Otro detalle que reveló la autopsia fue la presencia de cicatrices en el ano, lo cual despertó sospechas de que Rayford pudo haber sido homosexual o, como cree posible Elvin-Lewis, víctima de abuso sexual.
Tantos enigmas dejó el caso que Elvin-Lewis tomó una decisión fundamental que probó ser clave resolver el misterio: tomó una serie de muestras de tejido y sangre y las conservó en la nevera.
«La gente normalmente tira las cosas porque no tiene lugar en el refrigerador. Pero yo no tiro las cosas», le dice la profesora emérita a BBC Mundo.
«Tengo la sensación de que, eventualmente, aparecerá la tecnología que nos permita evaluar algo que es imposible evaluar en el momento en que estás haciendo el trabajo».
Estas muestras permanecieron bajo su cuidado por cerca de dos décadas, hasta que empezaron a aparecer, a comienzos de la década de los 80, una serie de casos de hombres homosexuales que sufrían de una rara forma de neumonía.
Poco después, otra enfermedad rara empezó a azotar a la comunidad gay: el sacorma de Kaposi.
El VIH/sida entra escena
Todos estos pacientes mostraban signos de un sistema inmunológico comprometido.
Para 1982, ya se había acuñado el término sida (siglas del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida).
Alertada por estas extrañas similitudes, otra de las expertas que trabajó en el caso Rayford, la linfóloga Marlys Witte, le pidió las muestras a Elvin-Lewis y las mandó a analizar.
Los resultados se hicieron públicos en 1987.
«Caso sacude las teorías del origen del sida», decía el titular del Chicago Tribune que dio la primicia de los resultados en octubre de 1987. «Joven de la zona pudo haber muerto de sida en 1969», rezaba la portada del St. Louis Post-Dispatch.
Las pruebas revelaron que las muestras tomadas del cuerpo de Robert Rayford «contenían anticuerpos para cada una de las proteínas del VIH utilizadas en el test«, decía el artículo del Chicago Tribune.
El hallazgo no solo sirvió para resolver el misterio en torno a la muerte de Rayford, también dejó en evidencia que el sida llegó a Estados Unidos mucho antes de lo que se sospechaba.
«Estoy segura de que el VIH está en EE.UU. incluso desde mucho antes, pero no se ha estudiado porque nadie ha conservado muestras. La microbiología retrospectiva es muy importante en muchos aspectos», concluye Elvin-Lewis.
Empatía
Pero más allá de las lecciones científicas que podemos aprender del caso, la microbióloga destaca lo que podemos tomar de esta historia desde una perspectiva más humana.
«Es importante tener empatía con la gente que se contagia de estas enfermedades por sus propias prácticas o por otros medios, como a través de sangre contaminada».
«Tenemos que ser más amables y comprensivos (con ellos)».
50 años después de la muerte de Robert Rayford, la enfermedad aún no tiene cura ni se ha erradicado.
Sin embargo, hoy existen tratamientos efectivos con fármacos que le permiten a la mayoría de la gente llegar a la vejez y con una vida saludable.
Y, con un diagnóstico temprano acompañado de tratamiento, muchas de las personas que contraen VIH no desarrollarán enfermedades vinculadas al sida y vivirán por una cantidad de años similar al de una persona sana.